Discípulos del Perito Moreno: fotos inéditas revelan muertos, naufragios y sacrificios extremos para colocar hitos en el 1900

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Tormentas implacables, naufragios y sacrificios extremos marcaron las expediciones lideradas por Emilio Frey y Luis Álvarez, discípulos del Perito Moreno, en los rincones más remotos de la Patagonia a fines del siglo XIX, para marcar los límites entre ambos países.

Las sub-comisiones de límites enfrentaron el desafío de trazar la frontera entre Argentina y Chile en un territorio desolado y en disputa. Estas travesías estuvieron marcadas por tragedias humanas, como muertes por hipotermia y accidentes y naufragios fatales, en medio de un paisaje dominado por las inclemencias del clima y la hostilidad del entorno.

Todo en tiempo récord para colocar 88 pesadas pirámides de hierro que dividirían las fronteras y Moreno debía presentarlas en Londres ante el gobierno británico, que había sido nombrado mediador.

Las fotografías y libretas de campo de estas misiones, a las que Clarín accedió en exclusiva en el archivo de la Cancillería, no solo reflejan un esfuerzo por la soberanía nacional, sino también el costo humano de cada avance en la conquista del sur argentino, y tienen un valor histórico incalculable.

Las expediciones de los discípulos del perito Moreno. La subcomisión 2 coloca una pirámide de hierro como hito XV en 1900.

Entre tormentas de nieve, pantanos impenetrables y un paisaje inexplorado, Luis Álvarez y Emilio Frey, discípulos del Perito Moreno, lideraron expediciones que marcaron el curso de la historia en la Patagonia. Ayudantes de las subcomisiones de límites N.º 4 y N.º 7, respectivamente, recorrieron kilómetros de tierras vírgenes para trazar la frontera entre Argentina y Chile.

A finales del siglo XIX, Argentina avanzaba en la consolidación de su territorio nacional tras la llamada «Conquista del Desierto», una serie de campañas militares lideradas por Julio Argentino Roca con el objetivo de expandir el control estatal sobre las tierras patagónicas habitadas por comunidades indígenas.

Este proceso fue calificado por autores como Osvaldo Bayer como una “masacre” debido al desplazamiento forzado y la eliminación de numerosas comunidades originarias. En este contexto, la comunidad galesa emergió como un actor clave en la consolidación de la soberanía argentina en la región.

En 1897, el gobierno de Julio Argentino Roca otorgó títulos de propiedad a los colonos galeses como una estrategia para garantizar su apoyo político y evitar que fueran influenciados por Chile. Este gesto, percibido como un agradecimiento por su lealtad, fue decisivo durante el arbitraje británico de 1902, cuando el delegado arbitral Sir Thomas Holdich destacó la fidelidad de los galeses hacia Argentina.

A lomo de mula deberion llevar los pesados hitos de hierro.

El 30 de abril de 1902, en la Escuela N.º 18 del Valle 16 de Octubre, se llevó a cabo un momento clave en la definición de los límites fronterizos entre Argentina y Chile. Ante la presencia del árbitro británico, del representante chileno Doctor Balmaceda y del perito argentino Francisco Pascasio Moreno, unos trescientos pobladores, en su mayoría galeses, fueron consultados sobre a qué nación deseaban pertenecer.

Los colonos expresaron abrumadoramente su deseo de seguir siendo parte de Argentina, el país que los había acogido desde 1885. Este acto de lealtad, reforzado por gestos simbólicos como la presencia de una bandera argentina en la escuela, fue destacado por Holdich y constituyó un factor importante en su decisión de adjudicar a la República Argentina una vasta extensión territorial en litigio, hoy parte del Departamento de Futaleufú en la Provincia de Chubut.

Este evento subrayó la relevancia del diálogo binacional representado por las comisiones de límites y el papel determinante de la población local en el arbitraje.

El rol de Francisco Pascasio Moreno, conocido como el Perito Moreno, ya había sido central en los esfuerzos científicos y técnicos mucho antes de la llegada del arbitraje británico. Moreno, director del Museo de La Plata y referente en la exploración patagónica, supervisó las actividades de las comisiones de límites que realizaron relevamientos geográficos exhaustivos. Sin embargo, los conflictos específicos en la delimitación de ciertos hitos llevaron a la necesidad de la intervención de la Corona Británica, cuya mediación buscaba garantizar la paz y un acuerdo definitivo sobre las tierras en disputa.

Según las Memorias de Cancillería de 1900, Zacarías Sánchez, jefe encargado de la oficina de límites con Chile, informó al ministro interino de Relaciones Exteriores y Culto Felipe Yofre sobre los trabajos realizados en la última temporada, destacando que las subcomisiones seguían las instrucciones impartidas por Francisco P. Moreno, antes de su partida a Londres.

Sánchez detalló que «la comisión recogía en el terreno por medio de sus diversas subcomisiones un mayor número de datos y elementos geográficos para aumentar los que tenía en su archivo».

Estos datos, junto con copias de documentos relevantes, eran enviados a Moreno en Londres, quien consideraba indispensable tenerlos a mano para cumplir con su misión en el arbitraje. Sus discípulos, Emilio E. Frey y Luis Álvarez continuaron su legado en el terreno, enfrentando las adversidades de un paisaje inhóspito y marcando hitos en la compleja tarea de definir la frontera entre Argentina y Chile.

Expediciones al límite: una aventura histórica entre Argentina y Chile

Carpas sencillas (no términas) y campamentos improvisados para terminar la misión del Perito Moreno.

A principios de 1900, la helada brisa del sur y el implacable zumbido de los mosquitos acompañaron las jornadas de Emilio E. Frey y Luis Álvarez, ayudantes de las Subcomisiones 7 y 4 respectivamente, en la ardua tarea de demarcar los límites entre Argentina y Chile a finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

Las diapositivas fotográficas y libretas de campo que hoy reposan en el archivo de Cancillería de la Nación y a las que accedió Clarín revelan no sólo la precisión técnica de estos exploradores, sino también el espíritu de aventura que impregnó cada día de su misión.

Luis Álvarez fue uno de los destacados exploradores y topógrafos que participaron en la delimitación de la frontera entre Argentina y Chile a fines del siglo XIX y principios del XX. Como miembro de la Subcomisión N°4, lideró importantes trabajos de amojonamiento y relevamiento topográfico en la región del norte neuquino y el Noroeste del Nahuel Huapi.

Sus registros detallados y vistas fotográficas fueron fundamentales para validar los hitos fronterizos establecidos, enfrentando las duras condiciones geográficas y climáticas de la Patagonia. La precisión técnica y el compromiso de Álvarez en la colocación de hitos y la documentación de los paisajes reflejan su contribución al conocimiento geográfico de la región, marcando un capítulo importante en la historia de la exploración argentina.

La Subcomisión 4 tuvo la ardua tarea de explorar desde el norte neuquino hasta el Noroeste del Nahuel Huapi, incluyendo zonas emblemáticas como el volcán Lanín y el lago Quillén. El ayudante Álvarez registró detalladamente en sus libretas cada medición, dibujo y hallazgo.

La información provista por el archivo Cancillería de la Nación señala que el referente inicial de la Subcomisión 4 fue Luis Jorge Fontana, quien, además de contar con Luis A. Álvarez, tuvo el apoyo de Guillermo Mac Carthy, Mariano Beascoechea y el dibujante Adolfo Aymerich. Más tarde fueron designados Roberto Guevara y el noruego Enrique Wolff, ambos recomendados por Francisco Moreno.

Además, en diferentes momentos participaron otros expertos como Nicolás Menéndez, Juan Bach, Félix Segura y Juan Kristensen. Juan Pablo Baliña, historiador e investigador, explica que las comisiones de exploración eran grupos estructurados que respondían a una jerarquía precisa: un ayudante jefe lideraba a los ingenieros, expertos en cartografía, y peones, quienes a menudo eran baqueanos o lugareños que conocían la región.

Estos grupos exploraban zonas específicas durante la ‘época buena’, de septiembre a marzo, cuando las condiciones climáticas permitían las travesías, y trabajaban con objetivos definidos como tomar registros topográficos, realizar observaciones astronómicas y recolectar pruebas documentales para sustentar las negociaciones.

De acuerdo con Baliña, las descripciones de los paisajes, desde las nieves eternas hasta los densos bosques patagónicos, dotan a las libretas de los exploradores de un valor literario además de histórico.

Mientras tanto, las exploraciones de la Subcomisión 7 se concentraban en una región aún más al sur de la Patagonia que la recorrida por la Subcomisión 4, una zona de menor extensión territorial pero de una complejidad topográfica sin igual, que desafiaba cada paso de los exploradores.

De acuerdo con la información suministrada por personal del archivo de Cancillería de la Nación, su jefe fue Alfonso Schiobeck, quien llegó a tener siete topógrafos y cincuenta hombres a sus órdenes. Sin embargo, su líder natural terminó siendo Emilio Frey. Entre los miembros destacados de esta subcomisión estuvieron Carlos Lehmann y Nysell, quienes realizaron descubrimientos clave como los lagos Guillelmo, Los Moscos, Hess, Fonck, Roca y Felipe. Estas contribuciones no solo ampliaron el conocimiento geográfico, sino que también sentaron bases importantes para la delimitación fronteriza.

Entre mapas y montañas: la misión de Emilio Frey en la Patagonia

Emilio Frey, uno de los discípulos del perito Moreno, tras su retiro. Imagen tomada en Ecured.

Emilio Enrique Frey (1872-1964), nacido en Baradero, Buenos Aires, fue un destacado explorador y conservacionista clave en la historia de la Patagonia argentina. Educado como agrimensor y topógrafo en Suiza, regresó al país en 1895 para integrarse en la Comisión Nacional de Límites liderada por Francisco Moreno, contribuyendo a la cartografía de vastas áreas y al descubrimiento de importantes cuerpos de agua.

Su compromiso con la conservación lo llevó a ser director provisional del Parque Nacional del Sud (hoy Nahuel Huapi), donde redactó normativas pioneras que vinculaban el desarrollo económico con la protección ambiental. También participó en la fundación del Club Andino Bariloche, promoviendo el montañismo y la educación ambiental.

El legado de Frey vive en lugares emblemáticos como el Refugio Frey y el Lago Frey, así como en los principios de sostenibilidad que defendió. Su trabajo sentó las bases para áreas protegidas fundamentales para la biodiversidad. A pesar de enfrentar tragedias personales, como un naufragio durante una expedición, su determinación fortaleció su compromiso con la naturaleza. En 2022, su familia donó documentos al Museo de la Patagonia, reafirmando su relevancia histórica. Su vida, dedicada a la exploración y la conservación, sigue inspirando a generaciones a preservar la riqueza natural de la región.

En sus libretas, Frey detalló jornadas como la del 7 de febrero, cuando el campamento fue mudado al valle del río Percy, escapando de los mosquitos. Las descripciones de Frey se centran en las dificultades propias de la exploración, reflejando los desafíos topográficos y climáticos de la región.

Recorrido de la Subcomisión N° 7, año 1899.

El 23 de febrero, Frey y su equipo llegaron al campamento Futalaufquen, desde donde organizaron una ambiciosa expedición acuática. Las libretas registran cómo los botes se dividieron en diferentes rutas para cubrir lagos como el Menéndez, el Kruger y el Futalaufquen.

Estas travesías revelan no sólo la estrategia logística necesaria para sortear los desafiantes paisajes, sino también el uso pionero de la fotografía como herramienta documental. Como señala el historiador Juan Pablo Baliña, «las placas de vidrio funcionaban como argumentos probatorios, no como piezas artísticas». Su transporte representaba un desafío inmenso debido al peso y la fragilidad, requiriendo cruzar ríos con cajones sobre la cabeza en condiciones extremadamente inhóspitas, lo que convertía cada traslado en una verdadera hazaña, explica Baliña.

En sus libretas, Frey no solo registraba datos sobre el terreno, la temperatura y otros aspectos geográficos relevantes, sino que también documentaba eventos significativos ocurridos durante la expedición.

Al realizar tomas fotográficas, detallaba el número de placa correspondiente, lo que facilita identificar las imágenes capturadas a lo largo de su travesía.

Placa N° 18, Cerro Situación, 8 de febrero de 1899. Actualmente, está en el Parque Nacional los Alerces.

La placa Nº 18, capturada en el campamento general, muestra un Cerro Situación bañado por una luz crepuscular que parece inmortalizar la misma esencia del esfuerzo humano frente a la naturaleza.

Presumiblemente entrada al lago Kruger donde un bote los de los expedicionarios chocó contra las rocas en un rápido.

Esa foto del 24 de febrero de 1899 “representa el rápido donde naufragamos nuestro bote el año pasado (fotografía titulada Los Náufragos).

Las expediciones de los discípulos del perito Moreno en el Lago Futalaufquen en 1899.
Las expediciones de los discípulos del perito Moreno. Otro toma del Futalaufquen en 1899 del brazo este hacia el sur.
En esta playa del Futalaufquen montaron una estación fotográfica.

En el actual Parque Nacional los Alerces (es 220 mil veces veces más grande que la Capital Federal) los expedicionarios montaron una precaria estación fotográficaen el Futalaufquen el 24 de febrero de 1899.

Fotografía de los expedicionarios desde el cerro situación.
Vista desde el Cordón Pirámides tomada por las expediciones de los discípulos del perito Moreno.
Lago Kruger, en el parque Nacional los Alerces.

Descubrimientos y Tragedias

El trabajo de las comisiones de exploración no estuvo exento de tragedias. Como explicó el historiador Juan Pablo Baliña, «aunque las libretas no registran directamente las muertes, se encuentran menciones indirectas a tragedias sufridas por los equipos de exploración».

Baliña relató casos en los que las libretas documentaron que algunos peones morían durante las noches, reflejo de las durísimas condiciones climáticas. Entre los episodios más impactantes de estas expediciones se encuentra el accidente que costó la vida al peón Felipe Saldivia.

Según detalló Juan Pablo Baliña, en una oportunidad en el lago Roca el peón fue herido en el pecho por un tiro de escopeta que se le había escapado al capataz. Este trágico incidente ocurrió porque la escopeta estaba mal asegurada.

Este hecho refleja la dureza y los riesgos constantes que enfrentaban los equipos en condiciones extremas. A pesar de su relevancia histórica, no existen registros oficiales sobre la cantidad total de personas que perdieron la vida en estas expediciones, lo que agrega un manto de incertidumbre al ya desafiante contexto de estas misiones, remarcó Baliña, pero fueron varias.

Además de los accidentes registrados, el historiador destaca que las comisiones de exploración enfrentaron un amplio abanico de desafíos que iban más allá de las tragedias puntuales. Las condiciones extremas de la cordillera exponían a los equipos a enfermedades debilitantes, congelaciones y hasta amputaciones realizadas en circunstancias precarias.

Según los documentos de la época, los exploradores debían enfrentar noches enteras empapados al pie de los árboles, mordeduras de animales, crecidas repentinas de ríos que arrasaban con los campamentos y, en algunos casos, enfrentamientos fatales en días de descanso, como el del arriero Juan Castro, que fue apuñalado en el boliche en Santa Cruz.

También se presentaban dificultades para mantener el liderazgo operativo cuando los jefes enfermaban gravemente, lo que llevó a firmar un acuerdo que autorizaba a los segundos al mando a continuar las operaciones.

Las numerosas muertes registradas, como las mencionadas en los archivos de Cancillería con anotaciones sobre «gastos para el entierro» o indemnizaciones a familiares, ilustran el alto costo humano de estas misiones. Estas tragedias, si bien a menudo invisibilizadas en el relato oficial, formaron parte intrínseca del esfuerzo por trazar las fronteras nacionales en un contexto de constante adversidad.

Juan Pablo Baliña, historiador y creador del Archivo Visual Argentino.

Según las Memorias de Cancillería de 1900, cinco subcomisiones, incluidas la Subcomisión 7, recibieron la misión de completar los estudios de sus respectivas secciones en la temporada anterior, bajo las instrucciones impartidas por el señor Perito Moreno antes de su partida a Londres.

En palabras de Zacarías Sánchez, jefe encargado de la oficina de límites, «la comisión recogía en el terreno por medio de sus diversas subcomisiones un mayor número de datos y elementos geográficos para aumentar los que tenía en su archivo». Estos datos eran enviados a Moreno en Londres, quien consideraba indispensable tenerlos a mano para cumplir con su misión en el arbitraje.

La Subcomisión 7 fue despachada en el crucero torpedero «Patria», junto con otras subcomisiones, para realizar estudios en el sur patagónico. Según el informe de Sánchez, los trabajos de esta subcomisión se concentraron entre los lagos Guillermo y General Paz, abarcando lugares como Apichig, Maitén, Abra Epuyén, Cholila, Peladito, Esquel, Teca, 16 de Octubre y Corcovado.

A pesar de los contratiempos climáticos que retrasaron su partida y limitaron el tiempo disponible, las Memorias señalan que «mucho se ha hecho relativamente, venciéndose toda clase de contratiempos como es dado suponer». Estos esfuerzos marcaron un avance significativo en la recopilación de información, sentando las bases para las negociaciones limítrofes entre Argentina y Chile.

En enero de 1900, mientras Emilio Frey aguardaba la llegada de su tropa en la confluencia del río Neuquén, registró un encuentro con el ayudante Luis Álvarez. Las libretas de Frey narran las jornadas de incertidumbre: «No ha llegado la tropa», escribió el 11 de enero, reflejando la tensión y los desafíos logísticos de la expedición.

Al día siguiente, mientras aún buscaban indicios de la tropa, Álvarez partió con su comisión hacia nuevas tareas. Como dejó asentado en su libreta el 12 de enero: «Salió Sr Álvarez con su comisión para su zonal». Este encuentro fortuito, en medio de las dificultades de la misión, subraya la coordinación y los esfuerzos simultáneos que requerían las comisiones en terreno.

Según las Memorias de Cancillería, las Subcomisiones 1, 2, 3 y 4, lideradas por los ingenieros Atanasio Iturbe, Adolfo Stegman, Dionisio Pardo y Luis Álvarez, fueron parte de las subcomisiones mixtas encargadas de colocar hitos en los puntos de la frontera definidos en el acta suscrita por los peritos el 1.º de octubre de 1898.

Estas subcomisiones fueron despachadas desde la ciudad de Buenos Aires en diferentes momentos de enero: Stegman, Álvarez y Pardo partieron durante la primera quincena, mientras que Iturbe lo hizo en la última.

Para estas tareas, la comisión de límites envió un total de 88 pirámides de hierro, de las cuales 20 fueron remitidas a Las Cuevas y entregadas al perito chileno, según su solicitud. De las 47 pirámides restantes asignadas a las Subcomisiones 3 y 4, se esperaba que fueran colocadas durante la temporada, siempre que las condiciones climáticas lo permitieran. Estas estructuras, esenciales para definir la línea fronteriza, representaban un componente fundamental del trabajo de campo.

Como explicó Juan Pablo Baliña, «las comisiones de límites eran equipos mixtos, integrados por representantes de ambos países, que debían trabajar en conjunto para validar cada hito establecido». Esta colaboración no solo implicaba negociaciones constantes, sino también la necesidad de consensuar decisiones en terreno, desde la elección de un punto geográfico hasta la colocación de los hitos que marcarían la frontera. «El carácter bilateral de las expediciones era fundamental para garantizar la legitimidad del proceso y evitar conflictos», subrayó Baliña.

Vista del hito colocado en el Paso Tromen.

Recorrido de la Subcomisión N° 4, año 1900

A finales de enero, Álvarez anotó en su libreta: «A causa del mal estado en que se encuentra la caballada he tenido necesidad de darle un descanso de 3 días». El 29 de enero, retomó su marcha con destino al Portezuelo, donde debía unir los últimos hitos que Wolff había dejado incompletos el año anterior.

En sus registros, se detallan jornadas como la del 30 de enero, cuando acamparon bajo una lluvia torrencial frente al hito de Tromen, o la inspección ocular a los pasos de Tromen 1 y 2 el día siguiente. Durante este trayecto, Álvarez tomaba vistas fotográficas que serían fundamentales para validar los hitos establecidos.

La dedicación y la precisión técnica de Álvarez reflejan el nivel de compromiso que caracterizó estas expediciones históricas. El paso Tromen hoy se llama Samoré en homenaje al cardenal del Papa Juan Pablo II que en 1978 evitó una guerra por el canal del Beagle pero esa es otra historia.

El trayecto de Álvarez lo llevó a recorrer paisajes desafiantes como el Volcán Lanín y los pasos de Tromen, Quetru y Carirriñe, zonas de acceso complicado y marcadas por un clima impredecible. La instalación de hitos, como el de Mamuil Malal el 20 de febrero, requería una logística extrema y un esfuerzo físico considerable, ya que atravesaban pantanos y ríos caudalosos con caballos cargados.

En varios momentos, los exploradores debían trabajar hombro a hombro con los representantes chilenos, enfrentando juntos las dificultades del terreno para definir cada punto de la línea divisoria. Fotografías, como las tomadas desde el hito de Quillahue hacia el Volcán Lanín, ilustran no solo el esfuerzo humano sino también la grandeza del paisaje que buscaban delimitar.

Vista del Volcán Lanín en Neuquén en 1900.

En los últimos días de febrero, Álvarez y su equipo continuaron enfrentando los desafíos del terreno patagónico. El 21 de febrero, desde el campamento de Tromen, registró la colocación del hito de Mamuil Malal y la exploración de la Laguna Tomen, actividades acompañadas de tomas fotográficas que documentaron el progreso de la expedición.

Cuatro días después, emprendió la exploración hacia el portezuelo de Carilafquen, un punto de difícil acceso. Tras coincidir con el ayudante chileno en la dificultad de colocar un hito en esa zona, decidieron buscar alternativas desde el lado sur del arroyo vecino.

El 25 de febrero, Álvarez dirigió al equipo hacia el paso de Quetru, donde enfrentaron pantanos y lechos de arroyos que dificultaron enormemente el avance, llegando finalmente al portezuelo ese mismo día. Allí pasaron la noche y, el 26 de febrero, completaron la toma de vistas fotográficas antes de regresar al campamento en el arroyo Paimún.

La instalación del hito en este paso, concluida el 29 de febrero, estuvo marcada por los obstáculos que presentaba el terreno: pantanos profundos y un arroyo que exigía cruzar con el agua casi tapando a los caballos.

En su libreta puede leerse: “Es necesario atravesar unos pantanos con caballos de tiro. Lo que es penoso pues uno es menester ir con el agua y barro a la rodilla, parece imposible que los caballos puedan atravesarla a la rastra. Un poco más adelante es necesario seguir por dentro del cauce del arroyo, en muchas partes el agua casi tapa al caballo”. Esta descripción resalta no solo el esfuerzo físico, sino también los desafíos geográficos y climáticos que enfrentaron los equipos en su misión. A continuación Alvarez escribe: “La línea divisoria de las aguas es clara, baja con rapidez hacia el lado de Chile. Espero mañana poder tomar una vista fotográfica”.

En marzo, la travesía de Álvarez continuó con nuevos desafíos y condiciones adversas. El 9 de marzo, en el paso de Carirriñe, las lluvias persistentes desde la noche anterior dificultaron las tareas, aunque logró tomar tres fotografías al hito a pesar de la poca luz. Dos días después, junto al ayudante chileno, intentaron fijar el punto para colocar el hito de Paimún (2), pero nuevamente las lluvias obligaron a suspender el trabajo antes de completarlo. En su libreta escribió: “Llegamos al campamento a las 5 pm completamente mojados”.

Finalmente, el 12 de marzo lograron colocar el hito en Carilafquen a las 4:29 pm, desde donde se apreciaba el valle de Momolluco. Los días siguientes, se enfocaron en retornar hacia San Martín de los Andes, pasando por el arroyo Germán y Junín de los Andes, desde donde partieron el 15 de marzo, dejando concluidas las colocaciones de hitos hasta el paso de Carirriñe. Las condiciones climáticas seguían siendo un desafío, con lluvias y nevadas que complicaron el avance.

El 16 de marzo, un fuerte temporal del Oeste los obligó a acampar en la casa de Enchelmayer. De acuerdo con la información suministrada por Julio C. Avendaño, creador del sitio HISTORIA DE VALDIVIA – CHILE/ Historia & Genealogía valdiviana:

Al día siguiente de establecer campamento en la casa de la familia Enchelmeyer, desde el campamento de Allipina, el peón Isaías Silveyra partió hacia Pucón con cuatro mulas aparejadas en busca de los hitos de hierro, acompañado por un peón chileno y otras tantas mulas. Mientras tanto, Álvarez y el resto de la expedición avanzaron hacia Junín de los Andes, acampando esa tarde en el margen derecho del río Chimehuín.

El 26 de marzo, Álvarez anotó un hecho significativo en su libreta: «Ayer por la mañana me dicen que han visto a los hombres que fueron en busca de los hitos en la pampita de Momolluco. Mañana los espero, si han conseguido pasar la cuesta del volcán Lanín, donde había caído mucha nieve«.

Finalmente, el 31 de marzo, tras varios días de mal tiempo, Álvarez levantó el campamento y partió hacia Pirihueico, llevando dos hitos de hierro a pedido del ayudante chileno, quien carecía de mulas para transportarlos. En su libreta dejó asentado: «Acampamos a las 4:10 a la orilla del arroyo«. Esta última etapa reflejó tanto la cooperación entre las comisiones argentinas y chilenas como la tenacidad de los exploradores frente a un entorno hostil y exigente.

Durante abril, la travesía de Álvarez continuó marcada por el arduo trabajo de demarcación y las dificultades propias del terreno cordillerano. El 3 de abril, desde el campamento de Pirihueico, realizó una inspección a los portezuelos al norte de la región, alcanzando el boquete donde nace el brazo principal del Lipinza, al cual describió como un portezuelo bajo. Su jornada concluyó al regresar al campamento a las 5:30 pm. Días después, el 7 de abril, colocaron el hito del Paso de Quelhuenco, despejando el bosque circundante para hacerlo visible desde los cerros vecinos, lo que permitió una mayor precisión en su ubicación.

El 11 de abril, en colaboración con el ayudante chileno, lograron colocar el hito de Pirihueico, un portezuelo estratégico que conecta el Lago Lolog al Este con el Lago Pirihueico al Oeste. Desde allí se podían observar los faldeos del cerro Pirihueico hacia el Sur y un peñón viscoso al Norte, que separaba este portezuelo del de Quelhuenco. Álvarez dejó constancia de la toma de dos vistas fotográficas, una hacia el Norte y otra hacia el Sur, marcando la división del límite.

En los días siguientes, la expedición se enfocó en explorar el portezuelo de Lipinza. Desde el campamento, el 12 de abril, envió un grupo a inspeccionar el camino hasta el lugar, al encontrarse con un espeso bosque que dificultaba el acceso. El 14 de abril recibió noticias de que tardarían aún dos días más en abrir camino debido a las condiciones del terreno.

El 17 de abril, Álvarez propuso al ayudante chileno firmar las actas de los hitos colocados, insistiendo en que constara explícitamente que estaban ubicados en la línea divisoria de las aguas, aunque no lograron ponerse de acuerdo. Finalmente, el 18 de abril, la persistente lluvia desde las primeras horas de la mañana complicó aún más las tareas.

De acuerdo con las Memorias de la Cancillerías de 1900 “La sub-comisión mixta N.º 4, no obstante haber llegado a la línea de frontera el 25 de enero, después de haber recorrido el largo trayecto que la separa de la confluencia del Neuquén, y de haberse reunido con la comisión chilena el 15 de febrero, no ha podido ubicar más de 8 pirámides en los puntos indicados en la planilla N.º 3”.

Carátula de negativos fotográficos correspondiente a los hitos tomados por el Ayudante Luis Álvarez.
Algunas de las fotografías tomadas por Alvarez en su versión original.

Según las Memorias de la Cancillería de 1900, debido a que la región asignada a esta sección era completamente boscosa y de difícil acceso, las operaciones avanzaron con lentitud, ya que fue necesario abrir picadas para alcanzar los puntos señalados de la línea fronteriza. Además del amojonamiento propiamente dicho, la subcomisión tuvo que realizar tareas complementarias, como conectar los distintos puntos de deslinde mediante operaciones geodésicas. Estas actividades, que fueron ejecutadas por el ayudante Álvarez según las Memorias, implican técnicas como levantamientos topográficos, nivelaciones y otros métodos destinados a determinar con precisión las dimensiones y la forma del terreno, garantizando así la exactitud en la demarcación de los límites

A lo largo de su expedición, Luis Álvarez capturó numerosas fotografías que documentaban su recorrido, aunque no solía anotar el número de placa de cada toma. Esta ausencia de registro detallado dificulta la tarea de identificar con precisión los lugares retratados. Sin embargo, la Caja N.º 34 de las diapositivas digitalizadas por el Archivo de Cancillería de la Nación corresponde a la Subcomisión 4 y al año 1900, cuando Álvarez estaba a cargo de esta misión. Estas imágenes, aunque incompletas en su identificación exacta, permiten recrear parte de su travesía y valorar el esfuerzo realizado en la demarcación de los límites.

El Retorno a la Marcha: Frey Retoma el Camino en la Patagonia

Tras el encuentro con Álvarez, Emilio Frey continuó enfrentando las dificultades de la logística en la confluencia del río Neuquén. El 14 de enero, finalmente registró en su libreta: «Hoy llegó la tropa, pero precisa mucho descanso». Este momento marcó el inicio de un nuevo capítulo en su expedición, donde la espera dio paso a la acción. Ocho días más tarde, el 22 de enero, Frey y su equipo retomaron la marcha. Ese día, la tropa partió temprano, logrando llegar y acampar en la Laguna del Toro a las 15:10. Este avance representó el primer gran movimiento de la subcomisión en la temporada, enfrentando el desafiante terreno patagónico con renovadas fuerzas tras los días de incertidumbre.

El 4 de febrero de 1900, Emilio Frey anotó en su libreta un episodio que, a primera vista, parecía una reflexión sobre las dificultades geográficas de la región, pero que contenía un dato crucial sobre un trágico suceso en la historia de la Patagonia. Tras salir temprano desde su campamento, llegó al río Traful y registró con detalle las características de los pasos que cruzaban sus aguas. «El paraje donde naufragó Tauschek se encuentra como una legua arriba del Traful, un poco más abajo de la cuesta de La Lipela y más arriba del paraje malo del Rio Limay, cuyo croquis va al lado. El paraje mismo donde naufragó no ofrece peligro al navegante pues son unas piedras fáciles de desviarlas. La balsa chocó en la primera piedra pero Tauschek siguió hasta la segunda donde naufragó», escribió Frey.

José Tauschek, pionero checo que había llegado al Nahuel Huapi en busca de nuevas oportunidades, perdió la vida en un accidente fluvial que se transformaría en una anécdota trágica de la colonización de la región. Según relatos contemporáneos, su balsa, precariamente construida, golpeó contra unas piedras mientras navegaba el Traful. A pesar de sus intentos por controlar la embarcación, fue arrastrado por la corriente y falleció ahogado. Frey, en sus observaciones precisas, dejó un valioso testimonio geográfico y humano del lugar donde ocurrió el hecho.

El accidente de Tauschek, quien sería recordado como un hombre intrépido y trabajador, refleja los riesgos extremos que enfrentaban los pioneros en su afán por habitar y conectar una Patagonia aún aislada. Las anotaciones de Frey sobre el Traful y las piedras que marcaron el final de la vida de Tauschek no solo registran la geografía, sino que también dan cuenta del impacto de la naturaleza sobre quienes intentaban dominarla.

Durante los meses de marzo y abril, la expedición de Emilio Frey atravesó diversos paisajes patagónicos, documentando con fotografías y relatos en sus libretas los retos y hallazgos del recorrido. El 7 de marzo, llegó al arroyo Los Mineros, y unos días después, el 12 de marzo, trasladó el campamento al alto Chubut, donde anotó que tuvo que adelantarse sin las cargas para buscar un lugar adecuado. Al día siguiente, las cargas finalmente llegaron tras haberse desviado, retrasando el avance de la expedición.

A finales de marzo, Frey se encontraba en el arroyo Maitén, mientras que en abril continuó su travesía hacia el Paso del Bolsón N° 2, desde donde capturó dos vistas significativas hacia el oeste y noroeste, registradas en las placas 14 y 15. El 4 de abril, se realizaron varias tomas fotográficas, correspondientes a las placas 16 a 22, que capturan el horizonte desde el norte (Tronador/Valverde), pasando por el sur (3 Ríos, Lago Puelo) y hasta el este (Paso del Bolsón). Más adelante, acampó en el arroyo de Los Repollos el 7 de abril y, hacia finales de ese mes, el 25 de abril, estableció su segundo campamento en Epuyén, concluyendo un tramo de la expedición que no solo exploró nuevos territorios, sino que también contribuyó a la detallada documentación cartográfica de la región.

Los fondos asignados a la comisión de límites con Chile en 1900 reflejan la magnitud y los desafíos de las expediciones destinadas a establecer la frontera. Según las Memorias de la Cancillería de 1900, el presupuesto total se fijó en 350.000 pesos, de los cuales se otorgaron 50.000 pesos el 3 de enero para los preparativos de las subcomisiones. Estos recursos se destinaron al equipamiento, el adelanto de sueldos y gastos imprevistos de los jefes de cada comisión, así como a los costos de las primeras campañas en regiones como el lago Lácar.

Según datos del Banco Central de la República Argentina, entre 1899 y 1929, el peso moneda nacional mantenía una paridad de dos pesos con treinta y cinco centavos por cada dólar estadounidense. Esto significa que los 350.000 pesos del presupuesto equivaldrían a aproximadamente 148.936 dólares estadounidenses en ese entonces que era muchísimo dinero. Para poner este monto en perspectiva, en el mismo año, el salario mensual promedio de un obrero no calificado era de 55 pesos, según registros históricos. Esto implica que el presupuesto total representaba el equivalente a los ingresos anuales de más de 530 obreros. Este nivel de gasto evidencia no solo la envergadura de las expediciones, sino también la prioridad estatal de consolidar la soberanía en un territorio disputado.

Además de los fondos monetarios, se entregaron recursos materiales que incluían 150 pares de botas, 60 carpas alemanas, 50 trajes impermeables y cartuchos para rifles Mauser, proporcionados por las intendencias de guerra y armada. También se autorizó la venta de mulas excedentes para optimizar los costos, aunque estas podrían ser destinadas al transporte de las pirámides metálicas si no se concretaba la venta.

Sin embargo, como explica el historiador Juan Pablo Baliña, a pesar de contar con el mejor equipamiento disponible para la época, las condiciones seguían siendo precarias: “No tenían buenas camperas, no tenían buen abrigo. Usaban el poncho, usaban el recado para taparse… y en las libretas se menciona cómo algunos arrieros, como Pedro López, murieron de frío”. Estas dificultades reflejan que, aunque los recursos se destinaron a sostener las exploraciones, los equipos enfrentaron adversidades extremas. Baliña también resalta el enfoque estratégico de estas expediciones y sostiene que “Inscribiría la tarea de Roca, poniendo recursos en la exploración, y no necesariamente en la construcción de la guerra”. Estas misiones, aunque desarrolladas en un contexto de tensión, buscaban generar argumentos sólidos para evitar el conflicto armado, priorizando la exploración, el conocimiento y la demarcación pacífica de los límites sobre el enfrentamiento bélico.

Las exploraciones de la Comisión de Límites no solo trazaron fronteras, sino que también marcaron un modelo de cooperación en tiempos de tensión. En un paisaje inexplorado, entre tormentas y pantanos, estos discípulos del Perito Moreno enfrentaron desafíos extremos para cumplir con su misión. Las libretas de campo y las fotografías, aunque fragmentadas y a menudo difíciles de identificar con precisión, nos ofrecen un invaluable testimonio de su esfuerzo y determinación, y nos permiten recrear una historia donde cada paso y cada imagen contribuyeron a la consolidación de la soberanía argentina.

Hoy, en un mundo donde los conflictos territoriales aún persisten, la historia de Frey, Álvarez y sus equipos nos recuerda que el diálogo, el conocimiento y la perseverancia son claves para construir acuerdos que trascienden generaciones.

  • Grabriela Dreé y Ornella Sbodio, estudiantes de la maestría en Periodismo de Clarín y la Universidad de San Andres.

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