María: suntuoso y sombrío retrato de los últimos días de la gran diva de la lírica del siglo XX

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Maria Callas (Maria, Italia-Alemania-Chile-Estados Unidos/2024). Dirección: Pablo Larraín. Guión: Steven Knight. Fotografía: Edward Lachman. Edición: Sofía Subercaseaux. Elenco: Angelina Jolie, Pierfrancesco Favino, Alba Rohrwacher, Kodi-Smit McPhee, Haluk Bilginer, Valeria Golino, Vincent Macaigne. Distribuidora: Diamond. Duración: 124 minutos. Calificación: solo apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: buena.

Pablo Larraín cierra su trilogía sobre grandes personajes femeninos que dejaron su huella en la sociedad, la cultura y la política del siglo XX con una suerte de réquiem pagano construido alrededor de la figura de Maria Callas. Todo el relato, de hecho, está envuelto en una atmósfera mortuoria. Y se inicia con un extenso plano tomado desde el espacio contiguo al salón del espléndido departamento parisino poco después del momento en que Callas fallece a los 53 años, víctima de un ataque cardíaco, el 16 de septiembre de 1977.

Lo que cuenta la película es lo ocurrido en toda la semana previa al momento del deceso. Hace mucho que Callas no canta en público y su regreso aparece como una posibilidad cada vez más lejana. La gran diva de la ópera es un espectro, una suerte de imagen casi fantasmagórica de lo que fue en su tiempo de gloria. Se niega a un tratamiento adecuado a su cuadro y prefiere mitigar los dolores automedicándose con pastillas que le provocan serios efectos colaterales.

En esos siete días, Callas parece abandonarse a su suerte, como si se preparara a conciencia para un final inminente (y sobre todo inevitable) que ella misma vislumbra en su frágil interioridad. Su último tiempo vital expresa dos cosas a la vez: por un lado, la conciencia plena de que la suerte en su caso ya está definitivamente echada, y por el otro, una necesidad de cerrar todo lo que fue abriendo a lo largo de su existencia, triunfos y derrotas.

Como en las dos etapas previas de esta triple travesía, Larraín explora el contacto con el destino fatal, la oscuridad y la cercanía de la muerte de tres celebridades. En el caso de Jackie (Jacqueline Kennedy) y Spencer (Lady Di) quedaba a la vista una fuerza de voluntad suficiente para intentar una salida, lograda o no.

En cambio, en el caso de Callas no hay escapatoria posible al veredicto del destino, con el que Larraín parece jugar en conexión con una de sus dos elegidas previas. En los soliloquios y murmuraciones que abundan a modo de flashbacks en esta última semana de vida una de las apariciones más frecuentes es la de Aristóteles Onassis, el hombre al que más amó y que la dejó para casarse con la viuda de Kennedy. El círculo se cierra cuando vemos a Callas rechazando sin más los avances del mismísimo expresidente demócrata.

La voz de Callas vacila, derrotada. No quiere escucharse en público ni intentar un regreso que resulta vano mientras en su cabeza recorre los momentos triunfales de su carrera. También pasan por allí los complejos vínculos familiares (sobre todo el maltrato al que la sometía su madre) y la relación del amor al odio y de la confianza al desprecio que establece con sus últimos fieles laderos, el chofer y mayordomo Ferruccio (Pierfrancesco Favino) y la cocinera y ama de llaves Bruna (Alba Rohrwacher).

Larraín eligió a Angelina Jolie para personificar a Callas con plena conciencia de lo que significaba esa decisión. Como ocurría en los films anteriores de la trilogía con Kristen Stewart y Natalie Portman, Jolie nunca deja de ser vista como quien es en realidad, por más que su aspecto se aproxime (a fuerza de vestuario, maquillaje y ciertos gestos) a su personaje.

Jolie responde más que nunca aquí, con este papel, a la imagen que tenemos de ella. Más que una actriz, ella representa todo lo que significa hoy ser una estrella. Y como tal, lleva ese bagaje a su interpretación, sobre todo cuando la vemos asumiendo la voz (en perfecta fonomímica) y la postura de Callas para plantarse frente al mundo. No hubiésemos podido entenderla tan bien de otro modo. Es lo único que parece brillar con luz propia en medio del suntuoso, exquisito (gracias a la extraordinaria fotografía de Edward Lachman), sombrío y luctuoso recorrido final por la vida de la máxima celebridad lírica del siglo XX.

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