Eugenio Led: La vida es el arte de dibujar sin goma de borrar

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Por Facundo Sagardoy

Con un ojo puesto en el murmullo de colores que el halo del sol deja sobre las formas a su alrededor, y otro en obras y obras que brotan desde cada recoveco en su taller sobre calle Rivadavia, en pleno centro de Corrientes, el artista visual Eugenio Led sigue el pulso profundo de su universo creativo hacia una nueva serie que pronto verá la luz: «Los temponautas».
Personajes que viajan por el tiempo y el espacio, pero también por la memoria y el deseo. No portan escafandras ni mapas, sino trazos, atmósferas y símbolos. Son figuras que encarnan la búsqueda estética de Led, quien los imagina como guías de una travesía visual y filosófica.
Desde cuadernos artesanales llenos de bocetos hasta telas de gran formato, el artista construye escenas donde lo fantástico se funde con lo íntimo, y donde el dibujo se vuelve lenguaje para narrar lo inasible.
Es un mundo simbólico con una raíz inesperada: el silencio. En la vida de Led, antes que la palabra, llegó el dibujo. Nacido con una dificultad auditiva, su infancia transcurrió entre formas y colores que hablaban cuando el mundo callaba.
El carnaval, con su serpentina de cinco fibras, fue la primera revelación de su deseo de ver, de imaginar, de traducir lo que no se decía. Allí comenzó un camino donde el ojo reemplazó al oído y la imagen se volvió lengua materna.
En esa pantalla interna, que él compara con un cine en perpetua función, la realidad se disuelve en metáforas, y el trazo se convierte en interpretación. Influido por maestros como Pérez Celis, Conti, Gorriarena y Polesello, hoy, Led defiende la imperfección como aliada de lo genuino.
Recientemente, este lenguaje secreto encontró un nuevo destino. Una de sus obras -un díptico nacido sin boceto, a puro vértigo intuitivo- fue incorporada a la Colección Luis Niveiro para el Museo de Arte Contemporáneo de Corrientes.

-Se está desplegando, saliendo de la idea y pasando al papel: «Los temponautas»
-Muchas gracias por venir al estudio, al taller. Estoy trabajando, como siempre, para buscar una esencia con una historia más atractiva, para que pueda llevar al cuadro más grande.
Porque siempre trabajo en formato A5, a veces en A4 o en tamaño oficio, en cualquier papel, cartulina o lo que sea. Tanto el dibujo a lápiz como también con fibras y tinta china.
Hago una estructura de la escena para poder transmitir al público lo que intento llevar. Estos personajes, como estos que viajan por el espacio, el tiempo… En vez de decir astronautas, yo les puse el nombre «Temponautas», como también a aquellos que están en el mar se les dice «Acuanautas».
Entonces, quise poner como un paseo a través del tiempo. ¿A dónde llegaría? No sé todavía, porque esto voy a tratar de compenetrarlo dentro del arte.
Están viajando, y posiblemente haga una serie. Quizás ahí vaya descubriendo, porque a mí me gusta que desde la primera obra, la segunda, la tercera… cuando llego a la décima obra, ahí empiezo a descubrir que hubo un viaje sin que yo me diera cuenta.
Me gusta dejarme llevar con estos personajes, y de esa manera se hace como un mito, un mito que no existe. Porque el mito es algo que muchos dicen que pudo haber existido, pero no existió.
Entonces, hay también una expresión que dice «mistificar», como que es algo falso, pero da un punto muy importante para enriquecer a ese personaje y su entorno, en el cual puedo idear una ambientación, una estetificación, una manera de dar quizás realismo, pero más bien fantástico.
Un mundo fantástico que tiene una relación con el realismo en algunas cosas, solo en detalles. Juntar todos esos elementos es lo que me gusta: llevar a la reflexión propia, que quizás se plasme en pintura o en dibujo para que la gente capte. No digo capturar la visión del espectador, sino darle ese paseo visual en serie.

«El dibujo fue mi primer lenguaje, antes que la palabra»

-Tu experiencia a través de la pintura, el dibujo, y numerosas técnicas y formatos. ¿Cómo llega su arte a exposición?
-Todo empieza desde que yo era muy pequeño, porque nací con un problema auditivo. Mis padres me hablaban, pero yo no sabía que me estaban hablando porque el problema era interno. Nadie se dio cuenta. Recién lo descubrieron a los seis años.
Pero antes de eso, me dieron papel y lápiz, e hice el dibujo que yo quería. Agarré cinco fibras e hice una raya: era la serpentina del carnaval. Yo quería ir al carnaval a ver los colores. Y ahí empecé a dibujar y nunca más dejé de hacerlo hasta hoy. O sea, no sé hacer otra cosa que no sea dibujar.
Yo creo que la percepción de las palabras y las voces me ayudó mucho para poder traducir en ilustración. Pienso que si no hubiera nacido con ese problema, quizás vería las imágenes y las traduciría en palabras. Y sé que tiene un proceso, un tiempo. La palabra tiene su todo en un tiempo.
Cuando empecé a escuchar por primera vez las voces, no sabía qué era eso. Yo pensaba que todos tenían el mismo problema que yo. Estaba equivocado: era yo quien no oía. Y creo que, al no poder oír bien y oír con audífonos, llegué a tener más información visual.
En mi cabeza hay mucha imaginación, como una pantalla de cine que pasa muchas imágenes. La mirada, el suspiro, el susurro… cómo traducir todo eso en ilustración o pintura. Es un desafío para traspasarlo a la tela, al lienzo. Incluso, los colores.
Aprendí sobre los colores con el tiempo, tanto en las instituciones como en la academia de Bellas Artes y con maestros particulares. También aprendí de otros artistas plásticos, a percibir los colores y combinarlos bien, para dar un equilibrio al dibujo. La pintura siempre tiene que acompañar un símbolo, una figura, un objeto.
Eso es lo que más me interesa: la armonía, y en su punto más alto, el equilibrio. Eso es lo que más me preocupa. La estética, por supuesto, está en todo, y eso me ordena la cabeza para sacar una conclusión.
Y ahí vienen todos mis planteos filosóficos, visuales, todo lo que tenga que ver.
Una frase filosófica que me gusta mucho dice: «La vida es un arte, pero sin goma de borrar». ¿Por qué? Porque no hay forma de borrar el pasado, no hay forma de borrar muchas cosas. Uno comete errores y después tiene que aprender. La vida es el arte de dibujar sin goma de borrar. Esa frase tanto me gustó que la llevo siempre en el corazón.

«El boceto es donde empieza todo, no donde termina»

-¿Cómo es su proceso?
-El proceso me lleva bastante tiempo, porque también está mi disconformidad. Cuando estoy disconforme, tengo que seguir corrigiendo, cambiando, mejorando, o dejarlo un tiempo y hacer otra cosa a la vez. Cuando vuelvo al trabajo que dejé, ahí descubro lo que faltaba.
No es un proceso de un día para otro. Cada obra es un diálogo. Estoy dialogando con cada una para llegar a una conclusión de cómo terminar. Siempre estoy disconforme, y eso me ayuda a perfeccionar.
Porque si estuviera conforme, terminaría todo ahí. No me daría cuenta de si tiene equilibrio, armonía…
Eso me preocupa, siempre estoy preocupado por cada trabajo. Pero no significa que sea perfeccionista. Un gran maestro me enseñó que no busque la perfección, porque la perfección es enemiga del arte.
Algo improvisado es más artístico que algo perfecto. Nunca me olvido esa frase. Me quedó muy grabada, porque cuando trataba de hacer algo bien recto, me decía: «Si vas a seguir así, nunca vas a terminar la obra».
Entonces, empecé a hacer las cosas con naturalidad: sin reglas, sin compás, sin semicírculo. Volcar la idea como venga, en la tela, en el dibujo, incluso en un cuaderno artesanal de más de 50 o 100 páginas.
Vivo dibujando. Ese cuaderno me sirve como un cuaderno de bitácora. Es como si viajara en un barco, registrando toda la historia del viaje hasta llegar a una obra.
-Nos recuerda a Felipe Noé. También comentó sobre Rogelio Polesello, Benedit y algunos maestros que también empiezan a comentarse en Corrientes, y que conoce muy bien. ¿Qué puede decir de eso?
-Sí, he visitado a Pérez Celis, a Gorriarena, a Daniel Vidal, y muchos más. No tuve la oportunidad de visitar a Felipe Noé, pero sí me lo encontré una vez, cuando ArteBA duraba más tiempo.
También me encontré con el señor Raúl Conti, que vivió mucho tiempo en Itatí y después se fue a vivir a Nueva York. Con él también hablé y le mostré mi trabajo. Me dijo: «Todo un proceso, Eugenio», cuando le mostré un anotador con bocetos desde el principio hasta el final.
Se quedó mirando, al igual que Pérez Celis cuando me recibió en su casa de Carlos Calvo y Cerrito. Vio mis bocetos y me dijo: «El boceto es el motor; es donde empieza todo, no donde termina». Termina en la tela, en un formato más grande, en la pintura final.
Yo creo que ese proceso es fundamental, porque te da más enseñanza de lo que va a ser el resultado. Es un proceso que enriquece al artista que lo transita.
Después, cuando viene un coleccionista y me pregunta por el valor, yo digo que el valor llega después del proceso, no en el momento. Esa es mi manera de ver, aunque respeto otras miradas.
-Algunos artistas dicen que, en este momento, hay una revalorización muy significativa del arte visual. Y afirman que la pintura vuelve a ser ese lugar donde se encuentran todas las artes, donde los intelectuales comienzan a conversar sobre temas contemporáneos. ¿Qué opina de este momento y del arte como vehículo para los temas de actualidad?
-Bueno, estoy viendo crecimiento acá en Corrientes. Veo que se está abriendo más el camino del arte, sobre todo ahora que estamos por ver esa gran obra que es el Museo de Arte Contemporáneo.
Yo creo que va a ser una catapulta. Antes lo veía todo muy lejano, pero ahora veo un hermoso proceso que se está desarrollando. También es un punto estratégico que impulsa a la provincia y a la ciudad.
Además de eso, está la revalorización de las obras.
El mercado en este momento no sé cómo está, pero esto apunta a una nueva posibilidad. Esa posibilidad es un camino, una luz que se va acercando. Y creo que eso es vital, porque sin eso no hay vida artística acá.
Siento que está en gestación. No sabemos cómo va a llegar, pero estoy ansioso por ver el resultado.
La revalorización es compleja, porque no conozco bien cómo funciona el mercado hoy, especialmente en Buenos Aires o a nivel nacional. Pero sé que en algún lado va a empezar, y puede ser acá, en el Museo Contemporáneo. Esa es mi opinión.

«La interpretación es el núcleo de mi pensamiento estético»

-¿Qué opina sobre la actualidad del dibujo como herramienta de expresión? Mucho de su obra se presenta en dibujo, con distintas técnicas. Otros artistas destacan el grabado, otros la escultura. Puntualmente, ¿dónde ubica su obra?
-Pienso que cada uno tiene su disciplina. En mi caso, el dibujo y la pintura.
La escultura también tiene su proceso, lo mismo el grabado. El grabado, por ejemplo, implica tallar una madera. El dibujo también requiere estudiar el papel sobre el que se va a trabajar. No es un papel cualquiera.
La escultura se hace con materiales como arcilla, epoxi… Hay artistas que trabajan todo con epoxi, y otros con arcilla. Admiro la creatividad de ambos.
Conozco artistas que hacen personajes de historieta, y otros que hacen obras puramente artísticas, con contenido filosófico o simbólico.
Cada disciplina tiene su proceso. Lo mismo con las instalaciones, como el caso de Benedit, que hizo una escultura con huesos. Eso lo vi en un catálogo, me pareció novedoso.
Lo novedoso también rompe los esquemas tradicionales. Como una escultura de Uriburu: una motosierra verde cortando una silla. Era un referente del arte ecológico. Eso también es un mensaje, una forma de reflexionar sobre la contaminación.
Hay otros artistas con arte moderno tirando al pop art, otros más al arte cinético, como Juio Le Parc.
Yo soy más amigo del dibujo, y me empecino con eso.
Tengo unas veinte agendas con ilustraciones, y además cuatro cuadernos artesanales llenos de dibujos. Eso me sirve como ayuda memoria, y si es necesario, puedo llevarlo a un telar o una tela de un metro por un metro. Me gusta el desafío. Eso es lo mío.
-Esta semana fue noticia la donación de una obra de su propiedad a la Colección Luis Niveiro, con destino al Museo de Arte Contemporáneo de Corrientes. El propio Niveiro a su taller, vio su trabajo, y lo acordaron. ¿Qué significa este hecho?
-Para mí fue un placer que él viniera a visitarme. Quedamos en mostrar las obras, como habíamos acordado antes.
Vio varias obras y le gustó el díptico. Ese díptico lo había hecho para una muestra hace años, antes de la pandemia.
Es la única obra que va a tener el museo sin boceto. Está pintada directamente, desde una preocupación personal: la traducción.
Porque la traducción no es directa. Por eso están las palabras, y las palabras se las lleva el viento. Hay un vuelo fantasmal en las palabras, y eso me llevó a pintar.
Tenía una obsesión con el tema de la malinterpretación. Muchos creen que dicen algo y el otro cree entender otra cosa.
Leí en una revista que, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, se pidió a Japón que se rinda. Ellos dijeron que iban a «estudiar la propuesta», pero se tradujo como que se negaban a rendirse. Y ahí vino la bomba atómica.
Entonces, pensé que no solo la bomba atómica puede causar miedo, sino también la mala interpretación.
Mi cuadro está basado en esa idea: cómo interpretar. No es sobre la mala interpretación, sino sobre la interpretación en sí.
Creo que todo empezó cuando yo no oía bien. Creía que me decían una cosa, y tenía que preguntar dos veces. Y ahí me decían: «No, no oíste bien». Pero yo quería asegurarme de que había interpretado bien.
Ese fue el espiral de todas mis investigaciones, y de mis pensamientos que llevé al cuadro.
-Muchas gracias Eugenio.
-Muchas gracias a vos, Facundo. Un placer.

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