Del TMAP a la crisis del dólar: Caputo en su peor momento, en el espejo del 2018

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Hace sólo dos meses, la mayor parte de los análisis económicos eran muy optimistas respecto al control de las variables macro por parte del Gobierno. Se escuchaban apenas algunas advertencias respecto del evidente riesgo en el plano externo y financiero y ciertas dudas por la imposibilidad de bajar el riesgo país por debajo de los 700 puntos.

“Comprá campeón”, “TMAP”, “el dolar flotaaaa”, gritaban como escolares desde el equipo económico, y encontraban eco, con argumentos más elaborados, en las páginas de la tecnocracia y la prensa argentina (y no sólo de los suyos).

El espejismo de la desaceleración de la inflación y los intentos de contención de la conflictividad social por las conducciones sindicales (no sin importantes luchas que la ponían en jaque, como la del Garrahan, jubilados y discapacidad, entre otras), lograban la impresión buscada del incipiente “éxito” del plan. Parecía haber un virtual consenso de que Milei y Caputo “la estaban domando” y que llegarían sin demasiados percances hasta las elecciones de octubre, con el dólar entre las bandas, y sin una exagerada intervención oficial.

Hoy, el riesgo país trepó a casi 900 puntos y los economistas cuentan uno a uno, como deshojando margaritas, los dólares del Tesoro, calculan “para cuántos días alcanzarán” y si serán suficientes para contener el tipo de cambio por debajo de $1.400.

La pregunta es. ¿Qué pasó? ¿Cómo se pasó de la euforia, al nerviosismo, en el entorno oficial?

Por cierto, en completo desacato al libreto anarcocapitalista, el gobierno confiesó su desesperación y oficialmente habilitó este martes al Tesoro a vender dólares en el mercado para frenar la suba de su cotización (ya habría usado más de U$S400 millones en tres días). Una tercerización de tareas del Banco Central, impedido de hacerlo para no romper los frágiles marcos del acuerdo con el FMI, que no evita lo inevitable: una dilapidación de las pocas reservas que quedan.

No culpes (del todo) a las LEFI

Una de las versiones más difundidas para explicar qué pasó consiste en sostener que la fuerte presión sobre el dólar que se vive estos días responde a un “error de cálculo” de la política monetaria por parte del equipo económico.

Por dogmatismo o por impericia, el Gobierno había decidido a mediados de julio eliminar las Letras Fiscales de Liquidez (LEFI), que son instrumentos de corto plazo (una semana) de regulación de la tasa de interés por el Banco Central con los bancos, para pasar a letras de mediano y largo plazo como las LECAP (Letras de Capitalizacion) que emite el Tesoro.

El objetivo: disipar más tensiones sobre el dólar a medida que se acerquen las fechas de los comicios legislativos e ir trasladando los vencimientos de deuda “hacia adelante”. Para peor, lo tiñeron de fundamentos “teóricos” liberales y explicaron, como expertos, que se trataba de “dejar de controlar la tasa de interés para pasar a controlar la cantidad de dinero”.

Pero el resultado fue totalmente contrario al buscado. En la primera licitación no lograron renovar vencimientos por unos $10 billones y todos esos pesos en circulación fueron a parar…. al dólar y a una fuerte volatilidad de las tasas de todo tipo. El gobierno perdió el control de las variables, la tasa de interés de referencia pasó de 29% anual (LEFI) a más del 75% (LECAP), y para intentar controlar la cantidad de pesos en circulación para que no vayan al dólar Caputo estableció (vía BCRA) todo tipo de regulaciones financieras (conocidas como “apretón monetario”), lo que le valió más de un enojo con sus mejores aliados, los bancos.

El “campeón” se confió y terminó contra las cuerdas. Cual “salto mortal” de la mercancía que al salir al mercado devela su verdadero valor, Caputo descubrió que “los mercados” no tenían suficiente confianza en su plan.

Entonces, no se trató (solo) de un cambio en el tipo de instrumento para regular la política monetaria, sino de aquellos fundamentos por los cuales el plan (tipo de cambio bajo, creciente “rolleo” de deuda en pesos, apertura importadora, levantamiento del cepo) no se veía consistente. ¿Habría pasado algo similar si no hubiesen sacado las LEFI? Imposible saberlo, pero sin dudas el problema hubiese encontrado, más tarde o más temprano, su forma de manifestación.

La fiebre por el billete verde

En este medio solemos decir que hablar de “los mercados” es un eufemismo para referirse al gran empresariado (de la industria, los servicios, el agro) y el capital financiero. El plan de Milei, el FMI y “los mercados” en lo fundamental es coincidente en el objetivo de reestructurar el país a imagen y semejanza de los intereses del gran capital (local e imperialista): obtener mejores condiciones para explotar la fuerza de trabajo (reforma laboral, previsional y tributaria, quitando aún más derechos) y avanzar en el extractivismo y el saqueo de los bienes comunes naturales (para ellos, meros “recursos” naturales), a la vez que continuar contando los beneficios de la especulación de corto plazo y con la deuda pública.

La fórmula aparentaba ser más o menos sencilla: sostener un dólar atrasado en base a superávit fiscal y endeudamiento (previa ayuda del FMI), que permitiera reducir la inflación y apuntar a ganar las elecciones legislativas de octubre. Ello, no sólo dotaría a Milei de mayor legitimidad para continuar el ajuste, sino una mayor posibilidad de impulsar esas reformas antiobreras al contar con más fuerza en el Congreso de la que ya le brindan los sectores colaboracionistas (PRO, radicales y sectores del peronismo), y con la que lograron pasar una amputada “ley bases” o sostener casi todos los vetos presidenciales.

El pequeño detalle está en lo de “sostener” un dolar atrasado. Los costos de ello son muy altos y, en este país, salir de una bajo nivel de tipo de cambio siempre es traumático. En otras palabras, la devaluación post octubre está cantada, o al menos, casi todos la dan por hecho, lo cual para la formación de expectativas es idéntico.

Las reservas netas del Banco Central rondan los U$S 7.000 millones en negativo y la cuenta corriente con el exterior es deficitaria a pesar del enorme endeudamiento. En este contexto, quien pueda cubrirse comprando dólares, lo hará. El proceso tiene algo de “profesía autocumplida”, pero sobre todo, de memoria histórica.

De acuerdo con los datos del Balance Cambiario del BCRA en apenas tres meses desde la firma del acuerdo con el organismo, la compra de dólares por atesoramiento (una forma de fuga de divisas) alcanzó los U$S 14.730 millones, superando los desembolsos del FMI por U$S 14.000 millones.

A su vez, la cuenta corriente acumula al mes de julio 2025 un rojo de U$S 1.273,3 millones de dólares explicado principalmente por el déficit de servicios y pago de intereses de deuda. La inversión extranjera directa no viene, y en lo que va del año acumula una caída de U$S 1.370 millones.

¿Llegará el Gobierno a este ritmo hasta octubre? La retroalimentación negativa entre la crisis política y crisis económica es cada vez mayor, y comenzó el tiempo de descuento en el que el límite entre unos y otros factores es cada vez más difuso.

El 20 de junio de 2018 el Fondo Monetario Internacional terminaba de aprobar un préstamo por U$S 50.000 millones al gobierno de Macri. En ese momento, Luis Caputo estaba recién asumido como presidente del Banco Central, en reemplazo de Federico Sturzenegger (casta, ¿te suena?). Pero previo a ello, se había desempeñado como Ministro de Finanzas. En su doble rol, fue el responsable de haber contraído la mayor cantidad de deuda externa del país. Un endeudador serial.

Poco tiempo después era de publico conocimiento que el dinero que prestó el FMI sirvió para financiar la fuga de divisas (nadie esperaba, como ahora, que se destine para mejorar la vida de las y los trabajadores) violando los propios estatutos del Fondo. El Banco Central “intervenía” el mercado para frenar la suba del dólar, y por esa vía, entregaba dólares baratos a fondos como JP Morgan y a grupos económicos locales y extranjeros para sacar sus ganancias del país.

En septiembre, solo 3 meses después, Caputo fue eyectado del gobierno a pedido del FMI que buscaba deslindar sus responsabilidades. ¿Por qué esta vez sería distinto?

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Hoy, la crisis política por las coimas entre el Gobierno y empresarios impacta de lleno ante la debilidad y la insolvencia de la economía. La paciencia social empieza a agotarse, a medida de que la reducción de la inflación no se traduce en una mejora de las condiciones de vida que son desesperantes y la generación de empleo camina a un estancamiento, acorde al enfriamiento económico.

En el 2018 el peronismo apostó por canalizar todo el descontento con la bancarrota capitalista a la que llevó Macri hacia las urnas bajo el lema “hay 2019”. Ahora, tras el fracaso del Frente de Todos, aparece el mismo sentido de la flecha: esperar y “volver” con el proceso electoral. La pregunta ¿por qué esta vez sería distinto? no sólo es válida para el endeudador Caputo, sino también para Fuerza Patria, cuando hace lo mismo que ya fracasó siete años atrás.

Su estrategia es volver con el proceso electoral sobre tierra arrasada tras el ajuste neolibertador, para seguir realizando concesiones al capital financiero, sin romper con el FMI ni desconocer la deuda odiosa e ilegítima. Esta no es otra cosa que un instrumento de Trump y el imperialismo para imponer condiciones y al cual se subordinan todas las alas del gran empresariado local.

Pero el proceso electoral también puede dar otro mensaje: el de una izquierda anticapitalista que crece y se fortalece. Un desencanto que se transforme en un “voto útil” para dar un mensaje de empoderamiento de la clase trabajadora, para enfrentar el poder económico con el poder de la calle y la organización. Y para levantar el programa más racional y realista de salida a la crisis. El que propone que ninguna familia perciba menos de lo que se necesita para vivir, sin la desesperación por la licuación de los ingresos por la inflación o la falta de empleo con derechos.

Un programa que empiece por derrotar el ajuste en curso para pasar a controlar los resortes principales de la economía para evitar la fuga de capitales y el saqueo de nuestros ahorros, y garantizar que los recursos sean destinados de acuerdo a los intereses de las mayorías trabajadoras y al desarrollo nacional, no a la especulación y el lucro de unos pocos.

Un programa que no delega la solución a un realismo mágico de un salvador o una salvadora, sino a la superioridad inigualable de la cooperación y la solidaridad social, esto es, la planificación consciente y democrática de la producción, la distribución y el consumo, el de la liberación de todas nuestras potencias creativas como trabajadores, aplastadas hoy por un capitalismo agobiante y empobrecedor. Un mensaje contra el individualismo y la miseria de lo posible. Un llamado a ambicionar un futuro posible y deseable.

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